Sintió un tirón, muy sutil pero suficiente para despertarle. Se había quedado dormido en la barca mientras pescaba. El sol ya se comenzaba a ocultar, por lo que calculaba que había estado ahí un par de horas.
Otro tirón. El hilo de su caña de pescar estaba tenso y se preparó para tirar de ella, no quería perder la oportunidad de cenar pescado aquella noche, ya estaba cansado de comer lo que recolectaba por la zona. Con una mano tiró de la caña mientras que con la otra recogió el sedal, poco a poco fue acortando la distancia entre él y aquel pez que, según pasaba el tiempo parecía encontrarse más cansado. De un último tirón consiguió sacarlo del agua y tirarlo sobre la barca. El pez forcejeo un poco hasta que de un golpe seco dejó de moverse. No era muy grande, pero era suficiente como para poder comer pescado ahumado un par de días.
El sol se estaba poniendo, por lo que lo mejor que podía hacer era dejarlo por hoy y regresar. No se había alejado mucho, solo un par de kilómetros, pero aún podía ver su cabaña desde ahí, una cabaña de madera de una sola planta coronada por una chimenea de piedra que él mismo había construido dos años atrás. Dos años, ya habían pasado dos años…
Al acercarse a la orilla del lago ya era casi de noche. Dejó la barca bien amarrada, cogió el pescado y entró a su casa. El interior de la cabaña no era muy grande, pero lo suficientemente acogedor. Contaba con una mesa y una silla, una chimenea de piedra en la que aún resplandecían rescoldos del fuego que había dejado antes de irse. Se encontraba cansado, cada vez costaba más ignorar el paso del tiempo. Igual que cada vez también eran más difícil de ignorar los estragos que había causado en su cuerpo la exposición a la radiación que poco a poco se iba filtrando desde la central nuclear que se encontraba a unas decenas de kilómetros río arriba del lago junto al que él vivía. Que aquella central nuclear fuese abandonada era solo otro efecto más de los bombardeos masivos a los que la región fue sometida a causa de la guerra.
Se estaba haciendo tarde así que se dispuso a rebuscar para ver con que podría cocinar aquel pescado. Se le estaba acabando la comida, llevaba unas semanas sin salir a buscar comida a la ciudad, pero las últimas veces que fue apenas encontró nada. Los alimentos frescos se pusieron malos prácticamente a la semana, los enlatados no abundaban y la gente, antes de desaparecer, ya habían vaciado las tiendas para almacenar en sus casas a expensas de lo peor, la mayoría de aquellas las casas se encontraban destruidas y las que no estaban cerradas o en lugares de difícil acceso. En previsión de que esto ocurriría, llevaba meses cuidando de huerto que, aunque pequeño, le permitía ser autosuficiente y no depender de tener que alejarse cada vez más de su casa para buscar alimento.
Encontró algunas hortalizas: dos remolachas, zanahorias, un repollo y demás, por lo que decidió preparar un guiso con aquello y el pescado, tal y como le enseñó a preparar su abuela cuando era niño. Aquella vez decidió usar un poquito de todo porque pensó que se merecía darse el homenaje de preparar una comida como Dios manda. No todos los días uno tenía ingredientes tan frescos como aquel pescado. De hecho, últimamente rara vez veía peces por aquellas aguas.
A los cuarenta minutos tuvo preparada la comida. Despejó un poco la mesa de cosas, cogió uno de los pocos platos que aún le quedaban de una pieza, se sirvió. Se llevó una cucharada a la boca que le supo a gloria, pero aun así alguna que otra lágrima le resbaló por la mejilla. No pudo evitar llorar, lloró por él, porque el día había sido largo, porque la soledad cada vez era más dura y sobre todo lloró por todos aquellos que ya no estaban.